La veterinaria bromatóloga, Soledad Salcedo, se despide de la profesión de su vida con la certeza del trabajo bien hecho y la satisfacción del legado de su cargo a un compañero veterinario.
En Jaén, en 1988, eran pocas las cosas de las que se podían presumir. Nunca fuimos tierra de oportunidades.
Mujer y veterinaria, veterinaria y mujer. El orden de los factores en aquella época, resultaba igual de estridente, al oído poco acostumbrado de una sociedad estancada en valores rancios.
En ese año, y a través de resoluciones por capital de provincia, el SAS, decide implantar unidades de nutrición y dietética, como controles de las cocinas hospitalarias. Soledad Salcedo no lo duda y consigue su plaza, hito nada desdeñable, teniendo en cuenta que, hasta ese momento, solo se contaba con veterinarios en los hospitales militares.
La empresa que proponía la administración, no era cualquier cosa. De hecho, Soledad, era muy consciente de estar formando parte de una estructura innovadora, muy deficitaria, y que iba a necesitar de mucha inversión.
Así comenzó su carrera profesional, rodeada de médicos, enfermeras, dietistas, y ella; a cargo del control de la seguridad alimentaria en “la más grande industria alimentaria de Jaén”, según sus propias palabras. Soledad describe el hospital como un pueblo, metido en un edificio, y por supuesto, en todo pueblo es necesario un veterinario.
La calidad de los alimentos, conservación, control en los procesamientos de los mismos, el perfecto estado de las instalaciones de cocina…, ahí estaba Soledad Salcedo. Cada día de ocho a tres, aunque las jornadas se alargaran a menudo, cumpliendo con la máxima de cualquier veterinario, proteger la salud pública, a través de labores en campos que, tradicionalmente, no se reconocen a la rama veterinaria.
Soledad lo tiene claro. La implicación del veterinario con el animal lo acompaña en sus etapas vitales, y en cada una de ellas, el veterinario desempeña una labor única, que incide estrechamente en la calidad de la vida del ser humano. De ahí que se deba entender la salud animal, como parte de la salud de las personas y la necesidad del cuidado al medioambiente.
Soledad Salcedo se ha jubilado, tras treinta y cinco años de amor hacia su profesión y tras haber pasado el miedo de la pandemia vivido desde primera línea. Se marcha orgullosa de comprobar, que su plaza ha vuelto a conseguirla un compañero veterinario, José Rodríguez Mármol, tras ser el mejor en un proceso abierto a otras ramas sanitarias. Algo tendrán los veterinarios cuando los bendicen.
Ella se queda con los comienzos, cuando los veterinarios dijeron al sistema de salud, “aquí estamos, abriendo camino”. Y a pesar de su jubilación, reconoce que le costará “desengancharse”, y continuará, colaborando en grupos de trabajo donde pueda seguir aportando su amplia experiencia.